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Si hay una fiesta judía conocida y popular en todo el mundo, esta es la fiesta de Januká. La mayoría que sabe muy poco del pueblo judío generalmente conoce que tienen una fiesta llamada Januká (palabra hebrea que significa «Dedicación») en donde se encienden luces todas las noches. La fiesta de Januká no se encuentra en la Torá y los profetas porque celebra un acontecimiento sucedido 235 años después de la escritura del último libro del Tanáj; sin embargo, la fiesta es muy importante en el plan redentor y escatológico del Eterno.

¿Qué es Januká? ¿Por qué se celebra? ¿Por qué se encienden luces durante 8 días? En este estudio introductorio de la fiesta y daremos respuestas a estos interrogantes.

PERSAS Y GRIEGOS

A menudo es desconocido que Januká es la celebración que conmemora una de las profecías bíblicas escritas por Daniel. En el capítulo 8 de su libro, Daniel describe lo que acontecería con los reyes Medo-persas y de Grecia; en dicha narración, Daniel ve una visión de un carnero que tenía un cuerno más grande (Persia) que el otro (Media) que es embestido y derrotado por un macho cabrío que tiene un cuerno grandísimo.

El profeta nos dice que: «Llegó junto al carnero, y se levantó contra él y lo hirió, y le quebró sus dos cuernos, y el carnero no tenía fuerzas para pararse delante de él; lo derribó, por tanto, en tierra, y lo pisoteó, y no hubo quien librase al carnero de su poder.» (Daniel 8:7).

¿Quién es este macho cabrío y quién es el cuerno? Gracias al Eterno no tenemos que especular porque el ángel Gabriel interpretó esto a Daniel diciendo: «El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero.» (Daniel 8:21).

El primer rey del imperio greco-macedonio fue Alejandro Magno quien vivió del 356 al 323 AEC. Él fue el encargado de convertir el reino del Grecia en un imperio que conquistaría casi todo el mundo entonces conocido, de ahí su nombre «Alejandro El Grande». Alejandro fue una figura muy positiva para el pueblo judío y es loado a menudo en literatura rabínica como el Talmud; también Flavio Josefo registra sus bondades hacia el pueblo judío.

Alejandro derrotaría a Darío III y pondría fin a la hegemonía Persa cumpliéndose así lo que Daniel había profetizado cerca del 525 AEC. La visión de Daniel continúa dando interesantes detalles: «Y el macho cabrío se engrandeció sobremanera; pero estando en su mayor fuerza, aquel gran cuerno fue quebrado, y en su lugar salieron otros cuatro cuernos notables hacia los cuatro vientos del cielo. Y de uno de ellos salió un cuerno pequeño, que creció mucho al sur, y al oriente, y hacia la tierra gloriosa. Y se engrandeció hasta el ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó. Aun se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos, y por él fue quitado el continuo sacrificio, y el lugar de su santuario fue echado por tierra». (Daniel 8:8-11).

La historia certifica el cumplimiento de esto al decirnos que el Reino de Alejandro fue dividido en sus cuatro capitanes: Casandro, Lisímaco, Seleuco y Ptolomeo. De uno de ellos, la Escritura nos dice que saldría un «cuerno pequeño» que quitaría el continuo sacrificio (tamid) en el templo. Este cuerno pequeño vino de los Seléucidas y es el vilmente célebre Antíoco IV Epífanes.

EL CUERNO PEQUEÑO.

Antíoco Epífanes fue un rey sumamente adverso al pueblo judío, la historia y el libro de Macabeos (a pesar de no ser un libro inspirado, contiene valiosa información histórica) nos narra cómo su odio no conocía límite. Su Megalomanía era tan grande que él se declaró divino, de ahí su nombre «Epífanes» que tiene que ver con ser una manifestación divina. El pueblo judío sin embargo, le decía «Epímanes», esto es, «El loco».

Antíoco ordenó altares a sus súbditos con imágenes de él mismo para ser digno de alabanza. No es difícil determinar el pueblo que resistiría tenazmente este tipo de imposición: Israel. El pueblo judío no adoraría a un maniático negando su pacto con el verdadero Dios. A Antíoco no le gustó la idea y entonces impuso terror en la tierra de Israel: El prohibió la práctica del Shabat, la celebración de la luna nueva, la circuncisión y la lectura de la Torá con penas tan severas como la muerte misma (2 Macabeos 6:4-6).

En el año 169 AEC, Antíoco Epífanes fracasó totalmente en una campaña contra Egipto, quien fue ayudado por naves romanas. Lleno de ira, se volvió contra Israel, destruyó las murallas, y asesinó a miles de judíos llevándose el oro y la plata del templo, incluyendo el altar del incienso y la Menorá (1 Macabeos 1:22-25)

Poco tiempo después de esto, Antíoco sacrificó un cerdo en el templo y erigió una estatua de Zeus del Olimpo, esto es, la abominación desoladora. El luto, la humillación y la indignación eran insoportables en Judea. El pueblo judío estaba pasando por uno de los momentos más lúgubres, el primer libro de Macabeos nos dice: «Una terrible aflicción era sobre Israel» (1 Macabeos 1:64). Todo esto había sido profetizado por Daniel, quien nos dice: «Porque vendrán contra él naves de Quitim, y él se contristará, y volverá, y se enojará contra el pacto santo, y hará según su voluntad; volverá, pues, y se entenderá con los que abandonen el santo pacto. Y se levantarán de su parte tropas que profanarán el santuario y la fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación desoladora. Con lisonjas seducirá a los violadores del pacto». (Daniel 11:30-32).

EL PUEBLO QUE CONOCE A SU DIOS

Antíoco ordenó a todas las culturas bajo su dominio abandonar sus costumbres religiosas y adoptar el Helenismo. El momento de aflicción llegó a Judea y el escarnio, la persecución y la impotencia ante la injusticia, eran insoportables. Una antigua historia nos cuenta sobre Hanná y sus siete hijos, quienes fueron martirizados frente a ella por negarse a abandonar el pacto, ¿habría de ser esto para siempre? ¿Podría ser tolerable indefinidamente esta horrible situación? El profeta Daniel había vaticinado diciendo: «Con lisonjas seducirá a los violadores del pacto; mas el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará». (Daniel 11:32)

El pueblo que conocía al Eterno actuaría. En estos momentos surgió un viejo hombre lleno de celo por El Eterno, su palabra y sus mandamientos, su nombre era Matatías. Matatías era un viejo sacerdote que huyó de Jerusalén a la ciudad de Modín; estando ahí, en lugar de someterse a los oficiales de Antíoco, se rebeló junto con sus 5 hijos iniciando una insurrección. En Modín ellos mataron a los soldados intrusos y huyeron a las montañas iniciando una guerra ¡En contra del reino Seléucida!

Lastimosamente Matatías murió en las montañas de Judea; podríamos pensar que esto causaría un grave impacto anímico en sus hijos haciéndolos retroceder en su misión. Lo contrario sucedió, su hijo Judas llamado «Makab» (Martillo) tomó el liderazgo, a partir de aquí su ejército fue conocido como «Los macabeos», de ahí el libro que lleva dicho nombre y que narra la historia de esos días.

Daniel había profetizado que la profanación del templo duraría 2300 tardes y mañanas, luego de eso el santuario sería purificado. Se dejarían de ofrecer 2300 corderos de sacrificio continuo y luego la purificación vendría.

Eso se cumplió exactamente en el tiempo de los macabeos, un gran milagro ocurrió y unos pocos judíos en insurrección lograron vencer al ejercito seléucida. La probabilidad de que un grupo de judíos comunes vencieran a un fiero y numeroso ejército es infinitamente pequeña; sin embargo, el Eterno había dicho siglos antes que el pueblo que conocía a su Dios actuaría y el santuario sería purificado, tal como está escrito: «Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado». (Daniel 8:14)

LA DEDICACIÓN DEL TEMPLO

Luego de echar a los seléucidas, los Macabeos purificaron el templo y el altar y encendieron luces celebrando una dedicación por 8 días. Muchos dicen que hicieron esto por 8 días porque la fiesta más próxima que no habían podido celebrar por la profanación era Sukot (la fiesta de los tabernáculos), misma que dura 8 días. Judas Macabeo instituyó que estos días de dedicación del altar (En hebreo: Janukát HaMizbeaj) fueran recordados por los siglos por todo el pueblo judío, tal como leemos en el libro de Macabeos: «Durante ocho días celebraron la consagración del altar y ofrecieron con alegría holocaustos y sacrificios de reconciliación y de acción de gracias. Adornaron la fachada del santuario con coronas de oro y escudos decorativos, repararon las entradas y las habitaciones, y les pusieron puertas. Hubo gran alegría en el pueblo, porque se veían libres de la humillación que les habían causado los paganos. Judas con sus hermanos y con todo el pueblo de Israel reunido determinaron que la consagración del nuevo altar se debía celebrar cada año con gozo y alegría durante ocho días, a partir del día veinticinco del mes de kislev» (1 Macabeos 4:56-59).

Y esta es la razón por la que el pueblo judío celebra Januká: En esta fiesta se recuerda el milagro de la liberación que el Eterno hizo por mano de pocos hombres, se recuerda el cumplimiento fiel de la profecía de Daniel, se recuerda los milagros que el Eterno hizo y la memoria de aquellos valientes hombres que conocían a su Dios y actuaron para liberar a Jerusalén.

Yeshúa el Mesías celebró esta fiesta como se menciona en Juan 10:22 donde está escrito: «Y se hacía la fiesta de la dedicación en Jerusalén; y era invierno; Y Yeshúa andaba en el templo por el portal de Salomón». (Juan 10:22-23).

En esos días en donde se celebran grandes milagros que el Eterno hizo, él dijo: «las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí». (Juan 10:25).

En esta fiesta tanto creyentes judíos como no judíos, celebramos que la luz de la Torá, la revelación, el monoteísmo y la santidad pudo prevalecer sobre el helenismo, el humanismo, la idolatría y el relativismo. Celebramos la liberación del Eterno y el increíble cumplimiento de su profecía. Sobre todo, sabemos que Judas ganó una batalla contra el paganismo y la oscuridad, pero no la guerra.

Hasta el día de hoy, todos aquellos que mantenemos la importancia del pueblo judío en el plan del Eterno, la verdadera identidad del Mesías judío, la continuidad de la Torá, la sana distinción entre judíos y gentiles en el cuerpo del Mesías, seguimos peleando una batalla contra las fuerzas de la asimilación, la oscuridad y el secularismo.

Que el Eterno nos recuerde en las luces de Januká el gran privilegio de traer la luz de su palabra, su Mesías y su reino a todas las naciones.

¡Januká Saméaj!

Isaac Bonilla Castellanos

Fuente: http://mikdashmeat.com/archivos/festividades/hanuka.html

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