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En la vida creemos que sólo hay dos cosas que es importante hacer; una de ellas es creer en Dios y la otra, no hacerle daño a nadie.  Pero, de acuerdo a lo que el mismo Señor muestra en Su Palabra, nuestro compromiso con el prójimo va mucho más allá del simple hecho de no perjudicarle. No poner nuestro empeño en colaborar con el desarrollo de la vida de otros, parece ser más perjudicial de lo que podemos imaginar.

El Maestro de Justicia de Israel y del mundo, Yeshúa/Jesús de Nazaret, advirtió firmemente a sus discípulos sobre la necesidad de amar al prójimo.  Pero, ¿qué significa en términos prácticos amar al prójimo?  ¿Será desearles el bien; será mostrar caridad ante el menos favorecido; será darle un pedazo de pan al que tiene hambre?

Si bien todo esto debe hacerse, la Escritura muestra que más que una actitud pasiva de reacción ante la necesidad, el amor hacia nuestros semejantes, debe expresarse en una acción activa de esfuerzo propio, para lograr que aquellos a quienes la Providencia Divina ha permitido que lleguen a nuestras vidas, puedan desarrollar su potencial y lograr un sentido de realización y felicidad en la vida.

El libro de Génesis capítulo 29 lo ilustra de una manera muy particular.  Dice la Escritura en los versículos 30 y 31, que Jacob después de tomar por esposa a Lea y a su hermana Raquel, amó a esta última más que a su primera esposa.  También dice la Biblia que cuando el Señor vio que Lea era aborrecida, abrió su matriz, mientras que Raquel era estéril.

A juzgar por la actuación de Dios, Él no estaba contento con que simplemente Jacob hiciera de proveedor para Lea, o que cumpliera con su deber conyugal; como Padre amoroso y compasivo, estaba interesado en que la pobre mujer pudiera encontrar la felicidad que planeó darle, al permitir que fuera dada por esposa a Jacob, y el medio para que hallara dicha felicidad era Jacob mismo.

Aunque forzado por la intervención Divina, Jacob aprendió a ver a su esposa con otros ojos.  Ya no era simplemente alguien que pasó por su vida, ya no era una de sus mujeres a la cual tenía que cuidar y proveer; ahora era “Lea la madre de sus hijos”.  ¡Qué felicidad más grande!  Ahora su descendencia no sería poca; aprendió a compartir la felicidad del otro y a gozarse también con ella.

Lo mejor de la historia es que fue sólo hasta que fijó su atención en la mujer que el Eterno puso a su lado para darle la felicidad de ser padre (tal vez la más grande felicidad para un hombre), que Dios se acordó de la amada de su corazón para abrir su matriz y hacerla fértil también.

¡Que podamos ser conscientes de la insoslayable responsabilidad de buscar, no sólo la tranquilidad, sino más aún la felicidad de aquellos que aparecen en nuestro camino!

Para quienes creemos que es Dios quien controla el reloj cósmico y permite todas las cosas, las personas que llegan a nuestra vida y también las que se van, nos es dada la bendición de experimentar la gloria de la realización propia, entretanto que trabajamos por la de los demás; después de todo ha sido dicho por un gran sabio de Israel en nombre de su Maestro: “Más feliz es aquel que da, que el que recibe”.

¡Bendiciones para todos!

Edisson Martinez

 

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